El término educar tiene una doble raíz latina: “Educere” que significa sacar de adentro extraer toda la riqueza que hay en la persona; o “Educare” que significa nutrir, alimentar, guiar, ofrecer posibilidades para que el otro pueda crecer y alcanzar la dimensión de plenitud a la que está llamado. Pero no se trata de que el educador vaya moldeando al estudiante para hacer de él lo que el docente quiera; se trata más bien, de propiciar su creatividad y autonomía para qué cada estudiante sea capaz de moldearse a sí mismo y hacer de su vida una verdadera obra de arte. Cada persona tiene que esculpir su propia estatua, es decir escribir su propio guion de vida. En este sentido, Sócrates planteaba que la educación tenía una función de partera: ayudar a los otros mediante preguntas pertinentes, a que den a luz la verdad, al bien y la belleza que todos potencialmente llevamos dentro.
Para Sócrates, el arte de educar consistía en promover las preguntas más que las respuestas, potenciar la curiosidad y creatividad del estudiante, estimular su libertad y no su obediencia o sumisión. De ahí qué llamo a su método pedagógico la mayéutica, es decir, el arte de ayudar a nacer el hombre o la mujer posible.
Kant le daba a la educación un sentido muy parecido pues mantenía que la educación debe desarrollar en cada individuo toda perfección de que es capaz.
Aprender es un proceso interior que requiere la movilización de factores relacionados con el deseo, la motivación, la conexión con lo que se aprende y, sin duda, con un compromiso del estudiante con el aprendizaje. Son elementos que se mueven en zonas del cerebro más orientadas a la racionalidad y en aquellas otras zonas cerebrales donde anidan las emociones. Lo que identificamos coloquialmente con el corazón.
Una escuela abierta a que entre la vida de afuera es aquella que se plantea una educación que persigue la formación integral del estudiante, impactando en sus perspectivas, comportamientos y creencias desde la libertad, centrada cada vez más en la creación de contextos de aprendizajes orientados al cultivo de la vida interior como herramientas de construcción del proyecto vital de cada estudiante.
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Hoy en día se está entendiendo cada vez mejor que educar no es instruir, adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el arte de acercarse al estudiante con respeto y amor, para que despliegue en él una vida verdaderamente humana. El significado de educar es algo que va más allá, que enseñar matemáticas, inglés, lenguas, computación o geografía. Educar es formar personas, orientar, mediar para la construcción de individuos integrales, cónsonos de la realidad y constructores de sus propios aprendizajes.
Cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles, unos seres maravillosos, dotados de dones y capacidades que la educación nos debe ayudar a conocer y desarrollar. Es importante que empecemos por reconocer y valorar todo lo que somos y tenemos y vivamos en una actitud positiva de asombro y agradecimiento. Somos personas, no objetos, sujetos de dignidad, todos valemos no por lo que tenemos, sino por lo que somos, porque somos.
La educación, tiene sentido porque los seres humanos somos proyectos y podemos tener proyectos para el mundo. El futuro no es sólo porvenir, es también por hacer. Nuestra vocación es construirnos y reinventar el mundo y no solamente reproducirlo. En definitiva, educar es una invitación a vivir con lucidez y responsabilidad, despertar a la vida auténtica es invitar y guiar a las personas a que exploten sus potencialidades y sus genialidades.
Autor: César Ferrer
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Fuentes consultadas:
Méndez, J. (2020). Escuelas que valgan la pena. Buenos Aires , Argentina. Paidós.
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